Ese lugar inhóspito llamado mundo...

Llego tarde. Tengo que meter garbanzos en mi cama, a ver si se vuelve menos agradable y me cuesta menos levantarme. Hace un día soleado y espléndido, voy a trabajar con un tremendo subidón. 1ª semana en la nueva empresa, 1º cliente y 1ª venta. El mundo es maravilloso.

Me subo al coche y descubro un agujero en mis medias, detrás de la rodilla por el que me cabe un dedo. No hay tiempo, al salir de la oficia ya me haré con unas nuevas, estas ya habían durado mucho.

Café con mis jefes en la oficina 2 (la cafetería). Tropiezo con una mesa y me desmonto un zapato. Estos dos se ríen y yo tengo la sensación de que me voy descomponiendo a trozos. Pero todavía luce el sol.

Llego al coche y descubro una ventanilla hecha añicos. Por un instante se me para el corazón. ¡Me han robado! Abro el coche y descubro que están todos mis trastos, navegador incluido. Me invade la angustia, quizá sorprendí al ladrón en plena faena, no lo he visto y está escondido esperando. El callejón está vacío me siento terriblemente impotente.

Mientras me pegan un parche en la ventanilla, trato de respirar hondo. Estoy cabreada, pero parece que me hayan pinchado con sedantes. Estoy en un bar de pseudo-polígono, en traje de chaqueta y falda, las medias agujereadas y parece que lleve un zapato diferente en cada pie. Me escondo tras el periódico, porque me siento diseccionada por los del pincho y carajillo mañanero.

De vuelta descubro que me falta un neceser que tenía en el coche con maquillajes. Ojalá les contagie algo, pienso.

Ya en casa me convenzo de que no ha sido tan terrible. Se ha solucionado rápido y sin coste para mí. El mundo sigue siendo maravilloso con sus malos momentos. Leo el correo… ¡anda el borrador de Hacienda!, lo abro. Un grito desgarra el aire, los pájaros huyen revoloteando y la calle enmudece. Todo me da vueltas. Hacienda dice que le debo 974. Necesito, gritar, romper algo, pegar a alguien, lanzar cosas, llorar, pero no me sale.

El cielo se nubla, hace viento y comienza a llover. Ya no tengo cabreo, tengo un mala ostia que no me aguanto. Las pobres personas ignorantes de mi estado que me llaman en ese lapsus solo escuchan gruñidos y gritos.

Paso la tarde en un estado más allá que aquí, gritando a todos los conductores que me cruzo.

No se como por fin llega la hora de volver a casa. Voy dando patadas rabiosas a una caja vacía que he bajado de la oficina. Me pongo la chaqueta y me siento en el coche. Oigo unos crujidos extraños. Me levanto rápidamente y miro la chaqueta. He reventado todas las costuras. Busco un espejo, por si me he vuelto verde y musculada.

De vuelta a casa, a cada rato, me fijo por si acaso se me empiezan a inyectar los ojos en sangre. El mundo es un lugar terriblemente inhospito.

P.D.: Esto pasó el miércoles de la semana pasada. Voy posteando con retraso. A estas alturas he hecho inventario y me faltan, el neceser de los maquillajes, una cámara digital vieja y el cinturón de mi gabardina roja ( ¿¿¿para que rayos querrían esto último???, creo que prefiero no responder). El navegador es nuevo me lo regalo el banco por domiciliar la nómina y me parece un trasto peligroso que distrae muchísimo de la conducción. La cámara no es mía, me la presta por tiempo indefinido un familiar, es vieja y pesada, y la funda del osito es cutre, pero la necesito y mucho, para hacer unas fotos a un muestrario para mi Web de artesanía y la necesito ¡ya!. He tratado de tomármelo con humor y diplomáticamente. He pegado un cartel en mi coche que pone: “Sin rencor. Te cambio la cámara que te llevaste, que nadie te dará un duro por ella, por un navegador nuevecito, tengo hasta la caja, te regalo los maquillajes y si me traes el cinto de la gabardina, hasta invito a café”.


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