A donde iran los besos...

De adolescente alguien me dijo alguna vez, que cualquier día, encontraría el amor de la forma menos pensada en cualquier parte. Resulta que me lo creí. Y vivía, sin que nadie se diera cuenta, preocupada por si un día el príncipe azul estaba detrás de mí en la panadería, por ejemplo, y yo, por no girarme no lo había visto. Pobre príncipe, debe seguir dando vueltas buscando, o quizás cuando me agaché a atarme los zapatos se fijó en la princesa que había detrás mío. Paralelismos… Me viene esto porque el otro día al aparcar, al lado, había un grupo de coches de empresa, con sus rótulos publicitarios y los conductores charlaban animadamente de pié. Yo estuve a punto de trabajar en esa empresa. No entré porque decidí incorporarme a la que estoy ahora, pero ya tenía contrato sobre la mesa. Alguno de esos coches sería el mío, estaría metida en la conversación, los conocería. Ellos ni se daban cuenta que los observaba desde el coche una perfecta desconocida, que podría ser su compañera. Y que quizás yo también sería observada desde fuera por el que cogieron en mi lugar.



Recuerdo el día que vi a un ex con su mujer en el coche. Solo pensar que podía haber sido yo la allí sentada y todo lo que me hubiera perdido de vivir después, me dio repelús.


Eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor, me pone los pelos de punta… que gran error. Ahora es el mejor momento, porque es el que vives y si te gusta más otra vida paralela, siempre puedes liarte la manta a la cabeza y armar una revolución en tu vida.


Hace unos años que las circunstancias de la vida, me han hecho un poco revolucionaria… vivo una vida paralela de la que siempre imaginé…


¿Dónde van las cosas que no hacemos? Esas ideas tan geniales que nunca ponemos en práctica, ¿donde van? Tengo un archivo donde guardo los post que nunca publicaré. ¿Pero que pasa con el resto?




Siempre me gustó la canción de Ana Belén y Víctor Manuel.

Tropecienta

Pese a que tengo un equilibrio fantástico (Hago lo del niño de Karate Kid, subida al palo y con tacones) tengo una pequeña afición a tropezar, justo cuando alguien mira. Es como si cuando es un buen momento para hacer el ridículo, mi centro de gravedad se auto desconecta y plaf!. Soy la típica a la que se le quedan enganchados los zapatos en los huecos de las aceras. Entre el top 10 del ranking de tropiezos hay cosas como; ir paseando con una cita, hacerme un nudo con los pies, caer como un tronco en plena calle y el chico seguir caminando sin darse cuenta de que había “desparecido”; huyendo de un perro que huía de mi ; siendo absorbida por una ola en la playa; en un río de agua caliente y congelada; o el día que estrené la bici y volé por encima de un muro y acabe a cuatro patas al otro lado; de pequeñita fui la única que se cayo de 200 patinadores en una exhibición con el doble padres y tropecientos abuelos; o la de hoy, ir con los pies dormidos por el frío y rodar por una escalera en minifalda. ¿Por qué a mi?


La Tabla



Últimamente he recibido algunas peticiones. Debe ser que alguna mente picara imagina como debe ser una “cita cualquiera” después de leer mi día cualquiera. Bueno, como hay que mimar a los lectores contare alguna cosilla. Advierto, es mi parcial punto de vista y admito recursos por si alguien sufre resentimiento (Espero que los sucesos hayan caducado lo suficiente, como para que ya este borrado mi teléfono y no puedan localizarme, para demandarme, jajaja)
Como quién padeció esto que voy a contar, todavía se habla conmigo, voy a confesar que ha pasado por su censura… (Borrar no me ha hecho borrar nada, solo me ha sugerido forzosamente incluir tres ciertas palabras ensalzatorias).
Me sitúo. Primera cita, cena en restaurante fino. Llego tarde porque en mi trabajo de aquel entonces, se les ha ocurrido hacer una inauguración de un nuevo producto sin avisar, yo era la encargada de quitar la tela inaugural, así que no me podía escabullir. No he podido pasar por casa. Me fastidia ir disfrazada con el traje. El chico dice que es tímido e ir en plan ejecutiva formal… no se yo. La cena va bien, se le nota nerviosillo (jijiji… le gusto) pero me mira mucho a los ojos y me lanza pequeñas indirectas sutiles. Decido portarme bien y me guardo mis típicas preguntas indiscretas rompe esquemas, porque me ha dicho en mas de una ocasión que es tímido. Confieso iba un poco con reparo, por si tanta timidez iba a ser un muermo. Pero me estoy divirtiendo mucho y me descubro tratando de ser mas graciosa de lo habitual. (¡Mierda! eso es que me gusta). Después de la cena, paseito. La verdad, el chico me tiene un poco desconcertada a ratos parece que si, a ratos parece que no, le intereso. Mantenemos una conversación filosófica, de las que me gustan a mí, lo malo es que no permite indirectas o acercar posiciones. Él apoyado en un muro, mira al horizonte nocturno, se vuelve por unos segundos y me mira. Es guapísimo. Le brillan los ojos, juraría que esta pensando en besarme. Vuelve a mirar al horizonte y el brillo se desvanece. Me pregunto en que estará pensando. Imagino que quizá le este venciendo la maldita timidez. La conversación sigue sin dejarme meter baza. Como antes expliqué había llegado tarde y sin pasar por casa, hace frío, no tengo chaqueta y llevo unos zapatos súper fashion que no son para caminar y me hacen daño. Parece que camine en muñones. Seguro que lo que esta pensando es que soy medio idiota. De repente me pregunta si tengo frío y me coge la mano por sorpresa. Es como un gesto así como que ya no se lleva, viril… ¡y me encanta! Quizá lo que vi en el brillo de sus ojos era cierto. La conversación gira, gira y acaba derivando en que yo pregunto “¿En que estás pensado?” (Es cruel lo reconozco, jajaja, pero muuuy efectivo). Mientras da un poco de rodeo antes de contestar, me fijo en el suelo. Hay una tabla que sobresale bastante. Va directo hacia ella, pero como me va mirando y hablando no la ve. ¿Qué hago? ¿Se lo digo? Me está hablando sobre lo que esta pensando, si, si, sobre lo del brillo de los ojos. Si le digo que cuidado con la tabla, pensará que estoy desviando la conversación y quiero cortarle las intenciones. Pero si no le digo nada, tropezará, se sentirá fatal por hacer el ridículo en el momento cumbre y puede que salga corriendo. ¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago?... ¡Pataplaf!... demasiado tarde. Tropezó estrepitosamente, haciendo unas acrobacias para no caerse al suelo. Hago esfuerzos por no reírme. Cuando consigue recuperar el equilibrio, se para y me mira a los ojos intensamente. Me avergüenza reírme abiertamente, pero no puedo evitarlo. Pobrecillo, se me larga y me planta fijo, me siento culpable. Que pena, para uno que no era flatulento… (Esta palabrita si que me ha costado colocarla en el texto).
Entonces como si no hubiera pasado nada absolutamente, e ignorando la sonrisa que se escapa de mis labios, muy seriamente me dice: “Pues eso, que estaba pensando que me gustaría besarte”.

Aceptamos Messenger como animal de compañía

Desde que empecé el trabajo nuevo, poco a poco he ido sufriendo cada vez más insomnio. “La adaptación a la rutina”, me decía, “esto será solo el primer mes”. El tercer mes con la adaptación mas que adaptada, seguía igual. “Será de trastear en Internet por las noches, que me desvela”, pero tras una semana con el ordenador muerto, seguía igual, sin poder dormir y en estado comatoso por las mañanas. Probé todos los consejos de las voces amigas; que si hacer ejercicio para cansarme mucho, ver programas aburridos en la tele, contar ovejas, leer, ver películas por-no (las que por-no verlas te duermes como sea), leche caliente, tila, leche con colacao, baño relajante, etc. Excepto el martillazo en la cabeza para el que no tengo valor, probé todo y las múltiples combinaciones de las ideas. Hasta el punto de no saber ya, si estaba contando cartones de leche de oveja, tomando colacao con tila o haciendo ejercicios levantando la tele. Entonces llegó un viernes y una cena con los del trabajo. La despedida de dos compañeros que se van por propia voluntad, es una que cosa desanima mucho, por mucho que el jefe diga que a mí me va a ir bien. No soy de salir mucho y menos en plan discoteca, pero un día es un día, y si va el jefe hasta que no se vaya aquí nadie se mueve. El mejor momento de la noche cuando un compañero nos coló en el chiringuito de moda y el portero contestó a un tercero que protestaba. “Estoy dejando pasar primero a los clientes habituales. Yo, la primera vez que entraba en mi vida y por cierto la ultima. Cuando pregunté la hora por primera vez eran las seis, así que me di, por más que satisfecha por mi contribución al buen rollito laboral y me fui. Pese que uno de los mas animados insistía “¡Pero que dices! Aquí nos quedamos hasta que cierren.” Me pasé el sábado en un estado hiberno-comatoso, solo interrumpido por alguna llamada y por mi voz entre sueños “nunca más, nunca más”. Lo que me pregunto es como se puede tener resaca bebiendo solo el vino de la cena. No hay mal que por bien no venga, a las diez dormía como un bebé, en el sillón y me desperté a las ocho fresca y lozana, insomnio curado… si lo llego a saber antes… El domingo me estropeé la espalda con labores brico-domesticas y vuelta a las andadas… las tres y los ojos como platos. ¿Nadie tiene un poco de cloroformo?... Por los menos vuelvo a tener Internet, el Messenger aunque no se puede acariciar, hace compañía y de vez en cuando dice frases inteligentes.