Aaaay los niños...

Cruzaba un parque, entretenida como siempre en mis pensamientos. Muchos niños jugaban por doquier. Cuando un microbio lloroso se aferró a mi pierna.
- Me he perdido, me he perdido- sollozaba.
Me dio pena lo cogí en brazos, le sequé las lagrimas y le pregunté por su mamá.
- No, Mamá no, buuuaaaaaaaaaaa - ¿Papá? ¿Estabas con Papá?
- No, buuuaaaaaaaa – y más lagrimas.
- ¿Con quien estás entonces?
- Con mi “Tiíto”, buuuaaaaaaaaaa
- ¿Y como te llamas?
- Miguel, buuuuaaaaaaaaaaa
- Pues bien Miguel vamos a buscar a tu tío. – (Pedazo de incompetente) - ¿Cómo se llama tu tiío? Me miró como si fuera tonta.
- ¡Tiíto! Y se ha perdido, buuuaaaaaaaaaa.
- A ver Miguel tranquilidad, no llores y vamos a buscar a tu “tiíto”. ¿Dónde estabais? ¿Jugando en el parque?
- Siiii, jugando a esconderse.
(Menudo tío irresponsable perder al niño jugando al escondite)
- Vamos a dar una vuelta, ¿vale? Tranquilo, que lo vamos a encontrar, y cuando aparezca, si el “tiíto” nos deja, nos tomamos y un helado.
Por primera vez vi una sonrisa en aquella carita triste. No podía tener más que 4 años. Empezamos a dar vueltas por parque y pareció olvidarse por momentos de la perdida.
- Mira aquí me escondí yo, allí el “Tiíto” pero lo vi enseguida y gané.
- ¡¡¡Migueeeeeeel!!! - Escuché a mis espaldas. Me giré y vi a un chico con la cara desencajada. El niño en vez de saltar corriendo a los brazos de su tío, me dio un abrazo fuerte y batiendo palmas, reía. - ¡Es el!, ¡es el!
El tío era un chico joven, bastante guapo la verdad. Venía corriendo y nos abrazó emocionadamente. Con tanta fuerza que me hizo crujir los huesos.
- Gracias, muchas gracias – repetía – perdona estábamos jugando al escondite y se me perdió. Si se entera mi hermano no me lo deja más.
No podía evitar reírme ante un “tiíto” tan patoso.
- La chica me ha dicho, que me invitaba a un helado, ¿me dejas, me dejas, tiíto, me dejas?
- Tiíto déjaleeee – dije yo poniendo morritos.
- Bueno pero luego no se lo digas a tu madre. Mil gracias otra vez.
Miguel me cogió de la mano y me arrastraba hacia la heladería.
- ¿Así que te llamas Miguel?
- Si, y como te llamas tu?
- Íncara
- ¿Íncara? – preguntó el tío.
- Si, Íncara
- Que bonito – sonrió – encantado Íncara. Yo soy…
- ¿Tiíto? – interrumpí.
- Jajajaja, si, eso también, pero me llamo Edu.
- Edu tienes que aprender a jugar bien al escondite, jajajaja.
- Que graciosa.
- ¿Sabes jugar? – preguntó el niño.
- Si, y creo que me mejor que tu tío, jajajaja
- Que graciosa es la chica- dijo Edu.
Ya con nuestros helados volvimos al parque. Miguel jugaba a esconderse y yo lo descubría. Tenía que irme. Los dos arrugaron la cara.
- Miguel – dijo Edu - ¿Por qué no le pides el teléfono a Íncara, para llamarla el próximo día que venga a jugar con nosotros?
- Si, si, si – se entusiasmo el niño. Me miraba con su carita suplicante.
- Bueno… esta bien – saqué un bolígrafo y en una servilleta de los helados, escribí: “Para jugar al escondite hay que cerrar un ojo y abrir el otro. Besos para Miguel”.
Doblé la servilleta y la metí en el bolsillo del pantalón del niño, y me despedí.
- Gracias mil otra vez – dijo Edu – y te llamaré – dijo con un guiño cómplice.
Me alejé casi arrepentida de no haberle dado mi número. Todavía los oía.
- Miguel, ¿me das el papel?
- No tiíto, esta no.
- ¿Cómo que no?
- Tú te quedas con todas. Esta chica me gusta, para mí, a esta la voy a llamar yo.

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