Botones, imperdibles y desnudos

Cuando compré mi móvil actual, buscaba algo sencillo y barato. – “Que llame y mande mensajes, me llega” – Pedí. Resultó que me salía mas barato un móvil con cámara, blutuchi y mp3, que uno simple, sin nada. A la cámara le vi poca utilidad inicialmente, pues yo con mi cámara digital me llevaba bien y las fotos del teléfono eran malas. Al final toda tecnología, se vuelve imprescindible. Ahora cargo con un solo trasto. Le he quitado el indiscreto “clic” sonoro. Y sigo haciendo tantas fotos como antes, ósea, casi ninguna.Hoy, me rompí la cabeza, tratando de explicar el color de unos cojines, por teléfono.- Color ladrillo, pero no todo liso, con unas frutas sobre blanco.- Pero ladrillo o blanco? Es que estoy en la peluquería.- Ladrillo! Pero con cuadros blancos como la cerámica de los suelos.- ¿Y las frutas son blancas?- No, las frutas son color fruta. Venga que cierran ya, ¿lo cojo o no?- Pero si son colorines no. Es que con el secador de fondo no te oigo.- A ver que son color ladrillo, con cachos blancos con frutas color fruta. Uvas color uva, peras color pera. (Viva la fluidez de mi vocabulario)- Es que no se – entonces tuve la idea.- Mira le hago una foto y el lunes cuando vuelva me dices si te gustan o no. – Muerto el problema.Lo dicho, las tecnologías se vuelven prácticas e imprescindibles. Dentro de poco pensaran por nosotros. Las dependientas por supuesto ojipláticas.La mercería, una de esas de toda la vida, que voy de siempre, es terriblemente cutre. La estancia esta repleta de cajas que anuncian con tosca letra de de rotulador su contenido, no hay ni un milímetro desaprovechado. Cuelgan desde el techo todo tipo de artículos. Al entrar la sensación es que te tragará todo el apelotonamiento de cosas. Todo esta viejo y gastado. Hasta las dependientas. Los mostradores parecen tablas de carnicero, talladas finamente a cuchillo por el paso de los siglos. Voy, porque si no lo tienen allí, no lo tienen en ningún sitio.Nunca había ido tan hasta el fondo, como hoy, porque siempre esta lleno de gente. El mostrador del final era de cristal y para mi sorpresa en vez de hilos o botones, había una colección de calendarios de bolsillo. Todos con fotos de chicos guapos, cachas y desnudos. Eso si, debidamente censurados, por recortes de papel en forma de hojas de parra o de calzoncillos. Por su puesto he hecho una foto con la cámara-espía de mi móvil.
P.D.: Se recogen votos a favor de “tender” las fotos en este casto blog. Bueno… vale… también la de los cojines.

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