Marronilandia

Puedo decir en líneas generales, que me gusta mi trabajo. Me gusta tratar con la gente, con ordenadores, con coches y con conexión a Internet todas las horas laborables. Claro que tiene sus cosas negativas, sino no me pagarían por trabajar. Habría alguien que lo haría gratis y por gusto, y no es mi caso precisamente. Incluso habiendo superado la semana negra, podría decir me gustaba. La semana negra es esa semana en la que todos los días tienes por lo menos una movida gorda, gorda, gorda. Día tras día. Pero no los comunes problemas de todos los días, no, marrones con todas las letras, espesos, gordos y malolientes.
Después de un lunes negro, el martes la tensión acumulada me hizo soltar veneno por la boca. Me sentí como ese bicho de la película de Jurasic Park, el del cuello extensible, que echaba una baba negra por la boca. Pues así estaba yo, cubriendo de pies a cabeza a mi jefe, aparte del veneno también lanzaba dardos punzantes a los ojos . Así que mi jefe me retiro la palabra de manera no oficial, durante 2 días, solo me daba los mínimos saludos y de mala leche. Ahí me di cuenta que esa sería mi semana negra. El lunes sumaba ya 9 problemones de los gordos, de los cuales uno solo había tenido la culpa yo, pero me tragaba bronca por todos, de jefes, clientes y compañeros. El martes las cosas se calmaron, salió el sol, el mundo era más bonito, los pájaros cantaban, yo llevaba una compresa con alas y recupere la ilusión por volver a trabajar .
Entonces el miércoles apareció EL. Este cliente llevaba toda mi semana negra llamándome mañana y tarde, literalmente para saber como iba el proceso de entrega de su compra. Proceso que yo explicaba detalladamente una y otra vez, en cada llamada. Para ayudarme ciertos “compañeros” laborales la pifiaron repetidas veces retrasando todo ese proceso. Así que a las 4 menos cinco que llegue, sonó mi teléfono con una nueva llamada del cliente, que yo no respondí, por “pesao”. A los 30 segundos tenía un email del susodicho. En ese preciso instante apareció mi jefe con una nota que le habían dejado en el contestador del mismo cliente preguntado por mí. ¡Que persecución! Así que descuelgo el teléfono, sacrificada a llamarle, pero no llegue a poder hacerlo. Yo no se si es una nueva modalidad de ocupación o si es que hay gente que no tiene nada que hacer. Pero con el teléfono aun en la mano, aparece el cliente que se sienta en mi mesa y me dice que mientras no le de una solución no se me mueve de allí. Vale podemos decir que el cliente tenía razón en sus quejas y que no se podían rebatir. Pero después de una hora de escuchar su bronca y decirme que ya sabía que yo no tenía la culpa, pero yo era la única que daba la cara, había matado mis ilusiones, odiaba profundamente mi trabajo, me arrepentía de haber dicho que si a trabajar aquí, quería desaparecer o cargarme al señor . Que yo lo entiendo todo, pero la paranoia no tiene disculpa, porque cuando se cansaba de hablar se me quedaba mirando fijamente, callado, así que daba miedo. No sabia que preferir, la verdad. No se como, porque me seguía donde fuera, conseguí enchufárselo a mi jefe y desparecer al final, que se notase que es jefe y que diera la cara, que la mía no tenia mas trozos que partir.
Mañana ha dicho que vuelve .
Tierra trágalos… pero muy hondo…y con varias capas de tierra por encima.

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